Conocí por vez primera la Feria del Libro que se celebra en el Parque del Retiro de Madrid cuando era jovencita, con unos trece o catorce años, siendo ya una lectora voraz de libros escritos para adultos, porque en mi época de adolescente no existía la maravillosa variedad de libros escritos para este grupo de edad como existe hoy día. A partir de entonces, iba todos los años hasta que me fui a vivir lejos de Madrid. En esas primeras veces, cuando me acercaba a las casetas me paseaba feliz y nerviosa tocando libros, abriendo y ojeando sus páginas, curioseando portadas, leyendo sinopsis, contemplando las fotografías de las personas que los habían escrito… casi casi como un niño en una tienda de caramelos; me encantaba ver las filas de casetas y los montones de libros unos detrás de otros, el olor a papel, el crujido de los ejemplares nuevos, aunque, eso sí, mi magra economía no me permitía adquirir ninguno
Siempre fui una voraz lectora tal como he dejado caer más arriba. Leía novedades y releía clásicos como si no hubiera un mañana, disfrutando, cuestionando finales y protagonistas, imaginando otros derroteros para los personajes que más me fascinaban, discutiendo con aquellas amistades que eran tan amantes de esas historias como yo… pero jamás, insisto, jamás pensé que un día llegaría a escribir yo misma los libros que otras personas leerían.
Ya habían nacido mis dos hijos, ya tenía mi vida totalmente hilvanada y casi con un pespunte definitivo cuando todo se rompió y se hundió a mi alrededor. La vida es así, es esto. Este dolor nuevo me encaminó a necesitar contar algo, expresarme, gritar con las palabras y un día me vi sentada frente a un teclado, escribiendo unas líneas. Esas me llevaron a otras, a muchas más y me descubrí escribiendo una historia que se me fue de las manos y creció, tomó vida de tal forma que se convirtió en algo tan grande que no me quedó más remedio que llamarlo novela. Los nombres propios, sobre todo esos que se aplican a grandes cosas de la vida, siempre me dan vértigo y me llevan a verme pequeña e insignificante. Pero era una novela. Y quería que la leyeran; escribí más, ya no podía parar, ya no me entendía sin escribir. Mi nueva afición me sobrepasaba y pedí ayuda profesional que se me brindó con cariño y humanidad de la mano de María Jesús Romero; gracias a ella todas las puertas que durante años permanecieron cerradas a mis historias, por fin, se abrieron. Y un día, de eso hace poco, me llamaron escritora y me sentí bien.
Un sueño hecho realidad. El pasado fin de semana del 11 y 12 de septiembre fui a la Feria del Libro de Madrid en su 80 edición y esta vez acudí como escritora, a firmar en dos casetas y dos días, de la mano de la Editorial Edhasa y de su editora Penélope Acero. ¡Cuarenta años después de pisar por primera vez la Feria del Libro de Madrid como lectora, acudía a firmar ejemplares de mi novela “La fosa” como autora! Para una persona como yo, que no concibo mi vida sin libros, ponerme al otro lado de esas casetas, mostrar una novela de la que me siento muy feliz y orgullosa de haberle dado la vida, ha sido una sensación maravillosa. En principio reconozco que me invadió cierta ansiedad por si no venía nadie a ojear mi obra y pedir mi firma, nervios, en definitiva, aunque también responsabilidad. Pero, rápidamente, todo se tornó en un ir y venir, firmar y dedicar ejemplares, fotos con personas amigas y desconocidas que quieren aparecer contigo mientras sostienen tu libro como un trofeo, charlas y risas, ilusión. Dedicatorias personales, cariño y mucho amor por los libros. Maravilloso. Estar en esas casetas me ha dado una visión nueva de este mundo… Agradezco a todas esas personas que se acercaron a la Feria buscando mi novela, mi firma, aguantando en las puertas de acceso unas colas interminables, algo que podían convertir la experiencia en un pequeño infierno, con un sol de justicia y un calor insufrible. No todos los que vinieron a verme consiguieron llegar a tiempo, lo sé y lo siento, lo lamento muchísimo.
Esos dos días en la Feria, cómo no, también me paseé por otras casetas y vislumbré a los autores y autoras que firmaban, observé sus rostros, sus gestos y regresé a la ilusión que me embargaba cuando fui aquéllas primeras veces a esa misma Feria del Libro en el Retiro de Madrid. Y, por supuesto, compré libros, pedí dedicatorias y me asombré al ver colas interminables de incondicionales ante ciertas casetas con escritores y escritoras firmando uno tras otro, personas a las que yo también admiro y leo; incluso, conocí y charlé con varias de ellas, tuve esa suerte.
Soy lectora, amo los libros, amo leer, sumergirme en un mundo creado por personas que un día necesitaron escribir, contar, expresar, volcar sus sentimientos y recrear mundos imaginarios; historias que me tocan el corazón, que me emocionan, me embargan, me hacen llorar, reír, sentir miedo, ilusionarme… Adoro esa sensación ante un libro. Ser capaz de conseguir esto es magia para mí. Hace unos cuantos fines de semana, casi a mediados de septiembre, yo formé parte de esa magia con quienes escriben y con quienes leen. Gracias por darme la oportunidad de vivir algo así. Espero regresar más veces.
Lola Montalvo
29 septiembre de 2021
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